Black Butter (1997). Vive y trabaja en Madrid. La práctica artística de Black Butter se sitúa entre la escultura, la pintura y la performance. Su obra es el resultado de una exploración continua de su propia identidad y del desarrollo de una nueva forma de espiritualidad propia, con signos, símbolos y caligrafía inventados. “Nací en una familia numerosa, mi padre es ciego y la religión ha estado siempre presente en nuestra casa, La combinación de estos factores fortuitos presentes desde pequeño me llevó a dotar de una importancia híper-acentuada a los estímulos, gestos, actos, ritos y el pensamiento. La observación de lo que ocurría en mi entorno y las relaciones sociales pasaron a ser preocupaciones esenciales, mientras que crecía la sensación de soledad al estar acompañado”. La intención que anima el proceso creativo de Black Butter es proyectar luz desde el vacío. En sus obras se compone y me descompone para volver a componerse. Las piezas son materializaciones gestuales y automáticas de procesos íntimos de introspección que pasan por el propio reconocimiento, la negación, la lucha, la destrucción y la aceptación. En su trabajo hay una semejanza a la pintura rupestre, -lo salvaje toma consciencia de sí mismo y de su entorno y se enfrenta a ello volcándolo en las paredes de la cueva. Así también, en su estudio, Black Butter se recrea en su propia historia, registra y da forma concreta a sus procesos, pensamientos y sentimientos. La gran elocuencia de los diálogos internos que informan sus obras pone en evidencia una multiplicidad de personalidades que coexisten en el artista. Surgen de ello a veces caligrafías inventadas, códigos con rasgos propios descifrables únicamente por su subconsciente. Esa liberación inmediata de la mano que se emancipa de la cabeza pensante le permite transmutar la materialidad de las piezas en evidencias de procesos psíquicos y espirituales que pasan por la propia vida humana. De ahí él halo que emanan.